viernes, 27 de enero de 2017

Navegando por el Parque Nacional de Fiordland

Después de haber realizado unos veinticinco cruceros, personalmente me inclino a afirmar que los días de navegación escénica, reunen los ingredientes necesarios para conmoverse emocionalmente con los mejores momentos de una singladura marítima. La escenografía que te acompaña, suele distar mucho del clásico horizonte infinito de mar con aguas más o menos azules, sino que te permite penetrar en un entorno donde la naturaleza se manifiesta a menudo salvaje y que además desfila lentamente ante tu incrédula mirada.
En nuestra memoria han quedado imágenes imborrables de las navegaciones escénicas por los fiordos noruegos, el pasaje interior de Alaska, los fiordos chilenos, el fiordo de Kotor en el Adriático, la costa de Napali en Kauai, la bahía de Halong. Algunas de ellas se encuentran comentadas en este mismo blog.
En esta ocasión, navegamos por la costa sur-occidental de la Isla Sur de Nueva Zelanda, en aguas del agitado Mar de Tasmania, en dirección hacia Australia, siendo nuestra próxima escala, el puerto de Melbourne. Nuestra navegación escénica nos va a permitir descubrir una de las principales joyas de Nueva Zelanda: el Parque Nacional de Fiordland.

En 1990, el Fiordland fue designado Patrimonio de la Humanidad y se le dió el nombre de Te Wahipounamu, "el lugar del jade", por el recurso mineral más preciado de la zona. Los maoríes fueron los primeros en explotar sus recursos naturales y atribuyen la creación de los fiordos a un gigante llamado Tute Rakiwhanoa, que talló los escarpados valles con su hacha. Luego llegaron los cazadores de focas, que exterminaron a cientos de miles, desde 1792 hasta 1820.
Sus 12.000 km2 de superficie, lo convierten en el parque más extenso del país, pero su mayor valor reside en su singular formación geológica, sus valles escarpados inundados por el mar, sus lagos profundos, sus bosques de espesa selva templada y su fauna salvaje autóctona, que configuran un ecosistema extraordinario y único. Fiordland está dominado por empinadas montañas, bosques vírgenes y mucha agua, 14 fiordos y 5 lagos mayores. Las cumbres nevadas de los Alpes del Sur y el clima húmedo y muy lluvioso (6.300 mm al año), favorecen la formación de grandes masas de agua. Su interior sólo es accesible a través de la red de senderos (500 km) y son muy famosos sus tres mayores tracks: el Milford, el Kepler y las Routeburn.
Los 14 fiordos que bordean la esquina suroeste de la Isla Sur tardaron 100.000 años en formarse y nosotros nos disponemos a visitar los principales: Dusky Sound, Doubtful Sound y Milford Sound. A pesar de llamarse sounds (canales, estrechos), realmente se trata de fiordos. Como se sabe, un fiordo es un valle en forma de U, excavado por la acción abrasiva de un glaciar y que finalmente con el deshielo ha sido inundado por el mar. Mientras que los sounds son simplemente valles de ríos anegados por el mar.

DUSKY SOUND

Emocionados y algo nerviosos por que había llegado el momento de admirar una de las principales joyas de Nueva Zelanda, subimos a las cubiertas superiores del Noordam, para asegurarnos una buena visibilidad. Lentamente nos introducimos en el primer fiordo, el Dusky Sound y desde la popa observamos como dejamos atrás las pequeñas islas e islotes que se encuentran a la entrada del fiordo.


Avanzamos por uno de los fiordos más complejo y el más largo de la costa, con 40 km de longitud y 8 km de anchura, un lugar inmaculado que sigue siendo sólo accesible por mar o por aire.


A lo largo del recorrido por el fiordo, flanqueamos varias islas grandes que se encuentran en el estrecho, las islas Anchor, Long y Cooper.
Nuestra primera incursión en un fiordo de Nueva Zelanda, no podía aportarnos mejores sensaciones. Un fiordo de recorrido largo y bello, una navegación serena que permite asimilar el entorno que nos acompaña, con acantilados abruptos, numerosas islas, ensenadas arboladas y decenas de trepidantes cascadas.
El Dusky Sound debe su nombre al hecho de que James Cook, primer explorador europeo que navegó por sus aguas, avistó el fiordo justo al anochecer de un día de 1770. Nosotros regresamos al Mar de Tasmania, satisfechos por haber tenido la oportunidad de navegar por este espectáculo sensacional de la naturaleza, que nos brinda imponentes paisajes.



DOUBTFUL SOUND

Pocas horas más tarde, nos desplazamos de nuevo a las cubiertas superiores del barco, para disponernos a contemplar en esta ocasión, el segundo fiordo más largo del país y el más profundo de todos con sus 421 metros. Un fiordo muy bello y oculto, compuesto de numerosos brazos, entre los que destacan el First, el Crooked y el Hall y que aparecen por ese orden y en dirección sur a medida que penetramos en el fiordo. Una travesía que precisa de habilidad para salir del fiordo, si uno no lo conoce bien y que el capitán del Noordam pilota con maestría.

Doubtful Sound nos presenta un paisaje esculpido por glaciares, pero en donde resplandece un verde intenso de sus bosques pluviales que se aferran desafiando a la gravedad, a las abruptas montañas.


Debido a la enorme cantidad de agua de lluvia y de las montañas que descienden hasta el fiordo, las aguas de éste, tienen una capa de agua dulce de entre dos a diez metros por encima de la capa de agua salada y apenas estas capas de aguas se mezclan. Esta capa de agua dulce hace que menos luz penetre en las aguas profundas del fiordo, promoviendo un ecosistema único de aguas más frías y oscuras que alberga especies poco comunes, como el coral negro, que normalmente viven a 30-40 m de profundidad y aquí se encuentran a 10 m. En el Doubtful Sound también viven delfines mulares, lobos marinos, pingüinos y ocasionalmente le visitan las ballenas.

La elevada pluviometría anual de la región (alrededor de 6.000 mm), origina cientos de espectaculares cascadas que arrojan casi verticalmente su caudal hacia las aguas del fiordo. Y si además añadimos el agua procedente del deshielo de los lagos y cumbres nevadas, no es sorprendente que nos encontremos ante un paisaje salpicado de innumerables cascadas. Precisamente la Cascada Browne, la más alta de Nueva Zelanda y la décima a nivel mundial, con 843 m y naciendo de un lago, la encontramos en el Doubtful Sound.



El entorno de naturaleza virgen que presenciamos, nos cautiva absolutamente. Avanzamos navegando casi en silencio, y nos sentimos muy afortunados de admirar un increíble paisaje que el hombre apenas ha pisado. La mayoría de los fiordos de Fiordland, tardaron mucho en descubrirse pues los exploradores europeos se encontraban con entradas muy estrechas y no sospechaban que en su interior albergaran grandes brazos de agua y hasta lagos. Históricamente, es el caso del Doubtful Sound y todavía hoy debido a su difícil acceso sigue siendo mucho menos visitado que su vecino el Milford Sound, a pesar de que éste es tres veces más corto y diez veces más pequeño.
El Doubtful Sound o Fiordo de la Duda, fue denominado así por balleneros y cazadores de focas, recordando al Capitán Cook, que en 1770 al ver la estrecha entrada del fiordo dudó, y no quiso entrar a navegar por el fiordo debido a que si el viento no era favorable, le podría impedir su salida al mar. No fue hasta el año 1793, cuando una expedición científica española comandada por Alejandro Malaespina decidiera adentrarse en el fiordo, con el fin de experimentar la medición de la gravedad con un péndulo y así establecer un nuevo sistema métrico. Realizaron la primera cartografía del fiordo, y muchos de los islotes que contiene Doubtful Sound tienen nombre español: Febrero Point, Bauza Island, Pendulo Reach y Malaspina Reach.
Una vez más la toponimía geográfica, igual que pudimos comprobar en Alaska, nos recuerda las increíbles hazañas de la navegación española.




MILFORD SOUND

Nos disponemos a visitar el más septentrional de los 14 fiordos del Fiorland. Rudyard Kipling calificó al Milford Sound como la "octava maravilla del mundo", y con sus 16 km de longitud sigue siendo la joya del Fiordland, a pesar de no ser el fiordo más grande, es el más accesible y visitado. Sin duda, es sencillamente sobrecogedor.
Milford Sound o Piopiotahi en maorí, es conocido como el lugar más húmedo de Nueva Zelanda y uno de los más húmedos del mundo (media de precipitaciones anual de 6.813 mm), dando origen a decenas de espectaculares cascadas que se precipitan al vacio, algunas efímeras de hasta 1000 m y otras permanentes como la Bowen, con una caída de 160 m y las Stirling de 146 m. Tanta humedad favorece la formación de bosques con vegetación exuberante.





En este fiordo fue donde encontramos mayor navegación de barcos, pero el escenario majestuoso de sus altas montañas, convierten a los grandes cruceros como el Noordam, con sus 290 m de eslora y sus 32 m de manga, en insignificantes actores, frente a la fuerza de la naturaleza que ha esculpido tamaño escenario. 
El Milford se encuentra flanqueado de acantilados escarpados que alcanzan más de 1.200 m de altura en cada lado. Su punto más visible es Mitre Peak, una montaña piramidal de 1.692 m que se alza hacia la mitad del fiordo y que debe su nombre a su similitud con la mitra de un obispo. En la otra orilla, destacan el pico The Elephant (1.517 m), el cual asemeja la cabeza de un elefante y Lion Mountain (1.302 m), similar a un león recostado.
El tiempo, como es habitual en el Milford Sound, empieza a estar dominado por una densa niebla y el fuerte viento y la lluvia arremeten contra nosotros, en forma de una cortina de agua. Por momentos, la cubierta del barco se hace intransitable y muy resbaladiza, de forma que fuimos víctimas de una caida sin consecuencias. Estas son las circunstancias normales del entorno y las que le dan su especial esplendor.

De nuevo, aparecen enormes cascadas que sólo las embarcaciones más pequeñas se atreven a desafiar, aproximándose a ellas. Y por supuesto,  grandes aventureros con sus ligeras kayaks.
Situada en Milford Sound, se encuentra la cascada Sutherland, que con sus 580 m es la tercera en altura de Nueva Zelanda.




La navegación por el Milford Sound, nos resulta espectacular, con impresionantes y escarpadas paredes de granito, acantilados que se elevan verticalmente desde las aguas oscuras del fiordo, escabrosas montañas cubiertas de verde vegetación, impenetrables bosques húmedos, cascadas y picos nevados de altas montañas de hasta 1500 m de altura.
Además, a pesar de no tener suerte con la observación de la fauna salvaje, sabemos que las aguas del fiordo albergan delfines, lobos marinos, pingüinos autóctonos y arrecifes de coral negro.


Navegar por el Parque Nacional de Fiorland, ha resultado una experiencia única, llena de sensaciones que las palabras no alcanzan a transmitir. Una asombrosa región, que colma nuestro espíritu de exploradores de una naturaleza virgen y salvaje, que nunca deja de cautivar a los viajeros más exigentes y que siempre llevaremos en nuestro recuerdo.

Dunedin

Dunedin se encuentra situada en la bahía de Otago, un largo entrante del Océano Pacífico que más bien parece un fiordo. El puerto y las colinas alrededor de Dunedin son los restos de un volcán extinguido. Gracias al descubrimiento del oro, su población creció muy rápidamente llegando a ser la ciudad mas grande de Nueva Zelanda, alrededor del año 1900, pero actualmente sólo tiene 120.000 habitantes, siendo la segunda ciudad más grande de la Isla Sur, después de Christchurch.
Nuestro barco, el Noordam atracó en Port Chalmers, a unos diez kilómetros al norte de Dunedin. Nuestra intención era realizar una recorrido por la Península de Otago, una de las mejores regiones de fauna y naturaleza del país. En el mismo puerto, recogemos el coche de alquiler que previamente hemos reservado y nos dirigimos hacia Dunedin, con el objetivo de visitar primero la Península de Otago.

El día estaba bastante nublado, amenazando lluvia. La carretera bordea la bahía de Otago y cuando dejamos Otago Harbour, nos adentramos en la península por la parte sur. Nos dirigimos en primer lugar, a la hermosa playa de Ocean Grove, también conocida como Tomahawk. Se trata de un suburbio residencial semi-rural de la ciudad de Dunedin y a sólo 6 km, que cuenta con una laguna que es reserva de vida silvestre. El nombre de Tomahawk, no hace referencia a ningún misil ni arma, más bien procede de la expresión maorí "tomo haka" (danza por una tumba)

Más adelante, llegamos a Sandfly Beach y nos enfrentamos a una fuerte tormenta de viento y arena. Descendemos desde el aparcamiento a la playa, por un camino rodeado de pequeñas dunas de arena. En ocasiones, se pueden observar leones marinos y pingüinos en esta playa, pero nosotros no tuvimos suerte.


Nuestro siguiente objetivo era The Chasms y Lover's Leap, dos lugares impresionantes en el borde de un increíble acantilado de 200 m de altura. Sin embargo, la lluvia nos impidió culminar esa caminata y nos tuvimos que conformar con las espléndidas vistas panorámicas de las bahías y playas de la zona, como la de Allan’s Beach.



Precisamente, detrás de Allan's Beach, aparece un área de humedales y pantanos, denominada Hoopers Inlet y que se convierte en el hogar para muchas especies de flora y aves.



Rodeamos Hoopers Inlet y nos dirigimos en dirección norte hacia la Highcliff Road, que pasa por la zona más alta de la península, ofreciendo espectaculares vistas del mar y de las verdes praderas con sus correspondientes rebaños.





Continuamos por Harrington Point Road hasta Pilots Beach, una pequeña cala cercana al Royal Albatross Centre. En este lugar tuvimos la suerte de observar leones marinos en una pequeña reserva, pero al parecer los pingüinos azules habían abandonado el lugar.




Muy próximo a esta playa,
en el cabo de Taiaroa, en la entrada de la bahía de Otago, se encuentra el Royal Albatross Centre, hogar de la única colonia de albatros reales blanquinegros del mundo. Durante el periodo de anidación, los guías llevan a los visitantes hasta un observatorio, desde el que puede verse a las aves construyendo sus nidos. Nosotros nos conformamos con observar el vuelo de algunas de estas grandiosas aves marinas.

Iniciamos el regreso hacia Dunedin por la misma carretera, pasando por los pintorescos pueblos de Portobello o Macandrew Bay.

Llegados a Dunedin, nos disponemos a visitar la famosa
Estación de Tren, un imponente edificio de estilo victoriano con torre del reloj incluida, y con una preciosa decoración interior, de forma que todo el conjunto nos recuerda la gran importancia que tuvo esta ciudad, como núcleo ferroviario.

El nombre de Dunedin, al parecer procede del término escocés, Dùn Èideann, y además la ciudad presenta muchas similitudes con la escocesa Edimburgo, pues ya el topógrafo inglés que planeó su urbanización, tomó como referencia el admirado distrito de New Town de Edimburgo. El centro de la ciudad es la plaza octogonal conocida como The Octagon, presidida por la estatua del poeta escocés Robert Burns, la Catedral de Saint Paul y el edificio de estilo victoriano que acoge al Ayuntamiento.



Una joya arquitectónica es la First Church of Otago, una iglesia de estilo gótico-anglosajón de mediados del siglo XIX, dominada por su espectacular torre multi-pináculo coronada por una aguja singular que sube a 56 m y le da una ilusión de altura aún mayor. Es la principal iglesia presbiteriana de la ciudad y está considerada como la más impresionante de las iglesias del siglo XIX de Nueva Zelanda.


Regresamos a Port Chalmers, con la sensación de haber aprovechado muy bien la jornada, en un día que la climatología nos ha sido adversa. Sin embargo, la Península de Otago nos ha encantado por su belleza natural con espectaculares paisajes costeros y su increíble vida salvaje.